Encarcelamiento de la disidencia: La represión durante y después del franquismo

María Teresa Torres

Después de la derogación de la famosa Ley de Vagos y Maleantes, la situación de quienes resultaban sancionados por ella no mejoró, ya que la sustituyó la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación social en 1970. El franquismo se encargó de fijar los límites de la expresión de género y sexual, considerando disidencias a todo aquello que no encajaba dentro del ideario nacional-católico. Además, este discurso vinculaba la disidencia de género y sexual con la disidencia política, creando así un único enemigo de la patria y ligando, por tanto, el marxismo con la homosexualidad.

Dicho discurso, amparado en leyes represivas como las mencionadas anteriormente, dio lugar a una serie de detenciones de personas que subvertían las categorías de género normativas. En este artículo se repasa la historia de estos arrestos, entre los que destacan los casos de Rampova o de Ocaña. Además, cabe mencionar que durante el tardofranquismo aparece el Movimiento Español de Liberación Homosexual, primera organización que defendía los derechos del colectivo LGTBIQ+ y que contaba con un ideario marxista. Sin embargo, no toda la izquierda se mostraba tan comprensiva y respetuosa con esta causa.

1. Contexto histórico y legislativo

Durante los primeros años del franquismo, la represión del régimen hacia las personas homosexuales fue muy fuerte. Sin embargo, se hizo mayor a partir de 1954 puesto que, como cuenta Piro Subrat en Invertidos y rompepatrias, hasta entonces las fuerzas represivas se habían destinado casi en su totalidad a los opositores políticos. Todo cuerpo y toda sexualidad que difería del ideario nacional-católico fueron castigados desde el comienzo del régimen franquista, aunque se llevó a cabo de forma mas «suave» al comienzo de la dictadura y fue aumentado su crudeza progresivamente.

Con la promulgación de la Ley de 15 de julio de 1954 se modifican algunos artículos (concretamente el segundo y el sexto) de la Ley de Vagos y Maleantes (1933). Dicha modificación se realiza como un intento de evitar todos aquellos actos que perturben la moral católica, identificada con la nación. Así, se argumenta en esta misma ley que lo impuesto en ella no son penas como tal «sino medidas de seguridad, impuestas con finalidad doblemente preventiva, con propósito de garantía colectiva y con la aspiración de corregir a sujetos caídos al más bajo nivel moral. No trata esta ley de castigar, sino de proteger y formar».

En este sentido, Foucault entendía que el poder, además de tener capacidad coercitiva, posee una dimensión productiva, es decir, es capaz de producir verdades, identidades, sujetos, etcétera. Estos métodos de dominación, a los que este autor denomina «disciplinas» en su obra Vigilar y castigar, son los que «permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad» 

En 1969, Antonio María de Oriol y Urquijo, quien fuera entonces ministro de Justicia, presentó un proyecto de ley que pretendía sustituir la famosa Ley de Vagos y Maleantes y que hacía más hincapié en todos los elementos represivos. Finalmente, fue la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (1970) la que sustituyó a la LVM. Piro Subrat sostiene que esta ley muestra cómo el discurso oficial del régimen colocaba la homosexualidad dentro de la disidencia política, entendida como aquello contra lo que había que luchar para mantener el orden y la moral de la nación.

La dictadura hace un gran esfuerzo a la hora de intentar poseer el control de los cuerpos y de las identidades, intentando en todo momento que no se alejen de aquello que la moral católica considera deseable y, con ello, lo único correcto. Así, como defiende Maite Garbayo Maeztu en Cuerpos que aparecen, existían solo dos modelos posibles: «El masculino y el femenino, y todo aquello que escapase de esta lógica binaria o amenazase la totalización de sexo/género fue duramente perseguido por la ley» (pág. 16).

El 20 de noviembre de 1975 muere Franco, y recae en a Juan Carlos I la Jefatura del Estado y en Arias Navarro el control del Gobierno. Su idea era que se continuara con el Régimen que él había comenzado aunque ya no siguiera vivo, pero en este momento tiene lugar un periodo muy relevante en la política española que ha recibido el nombre de Transición.

Este es un periodo complejo, ya que existen diversas interpretaciones sobre lo acaecido en él y, además, está en constante resignificación. Hay quienes afirman que la Transición es un puro mito, puesto que no consigue acabar totalmente con el discurso ni con el ideario del régimen de Franco. De igual forma que los Pactos de la Moncloa consiguieron apaciguar de alguna forma a los partidos de izquierda que tan beligerantes habían sido durante la dictadura, el cambio de régimen logró que las disidencias sexuales se sintieran más libres.

La Transición se caracteriza por un anhelo de modernidad que imperaba en el conjunto de la sociedad, para lo cual se pretende dejar atrás todo lo que venga que ver con el pasado. Este hecho, a pesar de ser bastante comprensible, provoca carencias a la hora de reflexionar sobre la identidad de un país que ha sufrido y tiene que constituir una nueva comunidad. El olvido del pasado, por muy censitario, represivo y totalitario que fuera, no es una solución adecuada. Los acontecimientos que nos preceden, de alguna manera, nos pertenecen, por lo que no podemos obviarlos sin más y, mucho menos, si nuestro deseo consiste en que ciertas situaciones no se repitan.

De hecho, esta amnesia es la causante de varias injusticias: crímenes (y criminales) que no han sido condenados ni castigados por tener a su favor una memoria ausente. Se ha postergado el duelo de muchas personas cuyos familiares muertos siguen a día de hoy en paradero desconocido y se sigue obstaculizando el derecho de las familias a dar sepultura y velar a estas personas, a la vez que se niega al pueblo la posibilidad de encontrar los restos de sus poetas.

Sin embargo, con la muerte del dictador y la posterior entrada en el régimen democrático prometido por la Transición, la situación de las personas disidentes no mejoró, puesto que una parte de la sociedad seguía concibiendo a homosexuales, trans y travestis como personas que atentaban contra la moral.

Desafiar las normas de género significaba poner en riesgo la libertad, ya que uno podía ser detenido y encarcelado por ello. La LPRS exigía que se debían llevar puestas, al menos, tres prendas acordes al género que figuraba en el DNI. Por ello, algunas transformistas que trabajaron en locales como Barcelona de Noche o Gay Club llevaban debajo de las faldas unos pantalones, en previsión de que pudiera aparecer la policía.

Como apunta Maite Garbayo, Barcelona era considerada la ciudad más liberal dentro del régimen franquista, por ello, personas procedentes del resto del país se desplazaron hacia la ciudad condal para dejar de sentirse marginadas en sus respectivos lugares de procedencia. Piro Subrat indica que el Barrio Chino fue el lugar donde la marginalidad política y social se encontraron, por ello, según Thais Morales y Carme Pollina en Gent de ploma i marabú, el franquismo decidió transformar urbanísticamente el barrio y entonces pasó a llamarse El Raval.

En los años setenta, El Raval contó con una serie de locales que desafiaban las normas impuestas por el franquismo y, por consiguiente, fueron los lugares donde tuvieron lugar numerosos acontecimientos represivos. Como explican Thais Morales y Carme Pollina, «probablement perquè la marginalitat, des de sempre, havia definit el Raval, els carrers del barri van ser l’escenari perfecte per a una realitat que desafiava les normes de gènere» [probablemente porque la marginalidad, desde siempre, había definido al Raval, las calles del barrio fueron el escenario perfecto para una realidad que desafiaba las normas de género].

Ocaña fue una de las personas que buscaron esa libertad que Barcelona ofrecía, ya que abandonó su pueblo natal (Cantillana, Sevilla) para poder desarrollar de forma libre su actividad artística, así como su sexualidad. Fue violentamente detenido el 24 de julio de 1978 cerca del Café de la Ópera por escándalo público, ya que iba vestido de señora. En esos momentos iba acompañado de sus amigos Nazario (quien también portaba un vestido) y José. Todos ellos fueron detenidos y trasladados a prisión. Para Morales y Pollina, Ocaña fue detenido porque «per al règim franquista era tota una ofensa que un personatge ambigu com Ocaña es passegés per la Rambla vestit de dona» [para el régimen franquista era toda una ofensa que un personaje ambiguo como Ocaña se paseara por las Ramblas vestido de mujer].

Maite Garbayo mantiene que las performances de Ocaña, a pesar de ser manifestaciones artísticas, son consideradas como algo al margen de la teatralidad al tener lugar en la calle, pues «las convenciones de imaginario que operan en el teatro no operan en la calle o en el espacio público, donde no se puede pensar que el acto es distinto de la realidad o que está fuera de ella».

Rampova, cabaretera travesti valenciana, fue detenida por primera vez a los catorce años, acusada de realizar actos homosexuales. Tras pasar unos días en el calabozo, un juez ordenó su entrada en prisión, donde sufrió los intentos de «curación» mediante electroshock y numerosas violaciones en los treinta días que estuvo. Jesús Ruiz sostiene en su artículo titulado «Humillados por diferentes» que el castigo de la disidencia era brutal, «el círculo de la represión era perfecto. Detención en la calle, juez con reprimenda y funcionarios que te echaban a las fieras». 

3. Papel de la izquierda contra la represión

Piro Subrat cuenta que el padre de Rampova, que militaba en el PCE, solicitó a este que le facilitaran una documentación falsa para su hija que le permitiera encontrar un trabajo al salir de la cárcel. Sin embargo, el partido se negó aludiendo que ese tipo de documentos se reservaban para quienes eran activos en la lucha. 

Esta negativa del PCE a ayudar a Rampova por considerarla improductiva respecto a la actividad política reivindicativa muestra cómo las disidencias sexuales y de género estaban doblemente perseguidas y castigadas, al régimen le interesaba acabar con todo lo que no encajaba dentro de la moral y las normas franquistas y a los grupos antifranquistas solo les importaba terminar con la dictadura. Por ello, el tema político se separaba radicalmente del personal (ámbito al que se relegaba la identidad sexual), quedando olvidadas todas las personas que no encajaban en el sistema sexo-género.

En el caso de la detención de Ocaña ocurrió algo parecido, pues, como relata Piro Subrat, su hermano acudió al PSUC, partido del que formaba parte, en busca de una ayuda que se le negó. Sin embargo, el Front d’Alliberament Gai organizó una manifestación en protesta por las detenciones y en defensa de la liberación de Ocaña y los demás detenidos.

Ocaña era una persona con una gran conciencia de clase, de hecho, militó en la CNT durante un tiemp, si bien breve, ya que nunca se sintió realmente representado por ninguna formación política. Era más libre que las libertarias, por eso se consideraba a sí misma una «libertataria». Sin embargo, sus actos no siempre eran celebrados en el movimiento anarquista, puesto que la homosexualidad se respetaba siempre y cuando no trascendiera el espacio privado en el que se consideraba que debía guardarse. El tabú de la homosexualidad atravesaba toda la sociedad, por lo que los movimientos más transgresores de la época no podían entender que una tendencia sexual pudiera ser subversiva o un arma política.

Pero en los últimos años del franquismo comienza a organizarse el MELH (Movimiento Español de Liberación Homosexual), originalmente llamado Agrupación Homófila para la Igualdad Social (AGHOIS), siendo el primer grupo en defensa de los derechos de las personas del colectivo LGTB que existió en España. Esta organización, que contaba con tintes marxistas y libertarios en su ideario, formó parte de la oposición al régimen franquista pero, como relata Piro Subrat, incluso así siguió siendo un grupo minoritario y sus ideas no tuvieron mucha repercusión en la izquierda del momento. Dicho movimiento se nutrió de la influencia de otros grupos similares de la época como, por ejemplo, el Gay Liberation Front en Estados Unidos o el Front Homosexuel d’Action Revolutionnaire en Francia. 

De este último obtuvo una mayor influencia debido a su cercanía, así como al paso clandestino de su revista Arcadie a través de la frontera pirenaica. De hecho, esta revista se encargaba de informar sobre las decisiones que el gobierno de Franco tomaba en materia de disidencia sexual, ya que había buena relación entre los franceses y quienes en un primer momento conformaron  el MELH. Así, gracias al contacto con países de regímenes no dictatoriales, la sociedad española comienza a modernizarse y a escapar, en la medida de lo posible, de la represión del franquismo.

4. Conclusión

En un contexto dictatorial, la política es equiparada a la restricción y a la represión de ciertos modelos de pensamiento y de identidad. Sin embargo, los movimientos contrarios al régimen no tuvieron en cuenta la desestabilización del ideario franquista que ejercían las disidencias, ya que no solo ponían en cuestión el nacional-catolicismo sino todo el sistema sexo-género, por el que se establece una categorización binaria e inamovible mediante la que han de ser clasificadas y diferenciadas todas las personas.

El régimen del binarismo de género, así como el de la legitimación de la heterosexualidad, traspasan la ideología, por lo que son aceptados todos los espectros del ámbito político debido a la naturalización que se hace de las categorías hombre, mujer y heterosexualidad, unido a la estigmatización de todo aquello que escapa a ellas. Pero, como afirma Adrianne Rich en Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana:

No ser capaces de analizar la heterosexualidad como institución es como no ser capaces de admitir que el sistema económico llamado capitalismo o el sistema de castas del racismo son mantenidos por una serie de fuerzas, entre las que se incluyen tanto la violencia física como la falsa conciencia.

Por tanto, es necesario considerar la disidencia sexual como un acto político, puesto que se subvierten las categorías de sexo y género, y se pone en duda todo un entramado social e ideológico. Los movimientos de izquierda que luchaban contra el franquismo no pudieron ver que las identidades y sexualidades no normativas eran una forma de desestabilizar el régimen de Franco, es decir, un arma política.

Esta dinámica se vuelve a observar en movimientos considerados de izquierda y feministas que rechazan e incluso se manifiestan contra las identidades trans y queer, por lo que hace falta recordar ciertos errores del pasado  para que no se vuelvan a cometer. 

Actualmente, vemos cómo se concatena una crisis detrás de otra y los derechos de las minorías, como vaticinó Simone de Beauvoir, vuelven a ser lo primero en cuestionarse. Sin embargo, cabe preguntarse por qué son los propios movimientos que algún día fueron represaliados los que ahora se alzan contra colectivos aún más oprimidos.

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