Iván M. Ortíz
Mamá, antes has dicho que Cristina es una mujer peligrosa. ¿Pero sabes qué? Peligrosa es una madre que te maltrata, tener que huir de tu casa a los 13 años. Peligroso es que en cada esquina de tu pueblo te llamen maricón, y que tu mayor tortura sea el deseo de que te amen, o sentirte sola porque nadie ve quién eres. […] No es una mujer peligrosa, son mujeres… Bueno, somos mujeres para las que el mundo es peligroso. No me quiero ir de casa, mamá, no quiero hacer este proceso sola, pero depende de ti.
No soy de lágrima fácil, pero lloré la primera vez que vi la salida del armario de Valeria con su madre en la serie de Veneno… Y la segunda también. Esto puede pasar porque el arte es capaz de transmitir experiencias de una forma única, es un tipo de comunicación especialmente poderosa. La comunicación es, según Raymond Williams, la transformación de la experiencia única en experiencia común y con ello una «pretensión de vida». Podríamos entenderlo como una vuelta al ser social que determina la conciencia de Marx o, en otras palabras, como que la experiencia, que también es el arte, nos construye y construimos desde la experiencia.
Si entendemos que la vida de los humanos se hace en común, que somos seres sociales que necesitamos de les demás para vivir, es fácil pensar que se encontrarán patrones compartidos en nuestra experiencia. Estos patrones tendrán que ver con nuestro lugar y tiempo, pero sobre todo con cómo se organiza la sociedad, con nuestras relaciones con las otras personas. Así, en el proceso de nuestra vida se va formando una estructura de sentimientos según lo que vivimos, con elementos residuales (de formas de vida en decadencia), dominantes (lo efectivo o hegemónico) y emergentes (formas alternativas que aparecen en el proceso y pueden llegar a ser dominantes). Lo que sentimos no se opone al pensamiento, se habla aquí de «pensamiento tal como es sentido y sentimiento tal como es pensado». Tampoco es arbitrario, sino que tiene relación con nuestro entorno y se trata de una estructura de relaciones en tensión. Esto no significa que haya una base que determina una superestructura ni que nuestra cultura sea un reflejo del modo de producción, pero sí que la hegemonía tendrá un peso importante en cómo se configura nuestra estructura del sentir. Es decir, en nuestra sociedad hay un sistema de prácticas, valores y creencias dominante que se reafirma con la experiencia, nos genera unas expectativas y se constituye como «sentido común». Si nuestro modo de producción es el capitalista y nos encontramos en una sociedad de clases, nuestra cultura incluirá la experiencia de subordinación a la clase dominante.
Pero volvamos a la salida del armario de Valeria: ¿por qué nos emociona? Si bien compartimos mucho, nuestras vidas no son iguales, aunque hay algunas con más vivencias en común que otras. Nuestro contexto no es el de Cristina y tampoco el de Valeria, aunque por la época el segundo nos resulte más cercano. Podemos captar más significados de los que expresan los personajes con los que nos identificamos por esa estructura de sentimientos común, de forma que, como personas trans, es más probable entender el miedo que sentía Valeria en ese momento o incluso la dureza de algunas situaciones por las que pasó Cristina. Elisabeth Duval hace en Después de lo trans una buena crítica de la equiparación continua de situaciones en la serie: la posición social de Valeria no es la misma que la de la Veneno, «¿[…] cómo les duele el mundo en una primera persona del plural más allá del miedo de la segunda a ser o haber podido ser la primera?».
Sin embargo, comparten ciertos elementos como la soledad que provoca la falta de reconocimiento y, probablemente, ese miedo tuvo un fundamento en que aún se sigue penalizando lo trans socialmente. La vida de Valeria se presenta incluso demasiado fácil para nuestro contexto, sobre todo para que una persona de clase obrera se pueda identificar con ella. Entonces, ¿por qué ocurre? En la serie se introduce un elemento que forma parte de la estructura de sentimientos común en el realismo capitalista: el «si quieres, puedes». A pesar de las dificultades, puedes operarte, puedes incluso autopublicar un libro. Hasta en la historia de Cristina está presente: si compites con las demás y ganas, puedes conseguir una posición mejor. Aprovecha las oportunidades, dale al público lo que quiere y ascenderás. «Venimos de un lugar oscuro, Joselito. Pero no podemos huir de quienes somos, es nuestra herencia. Pero podemos elegir utilizar nuestro dolor para hacer daño o para defender lo que es nuestro». En esas palabras de la hermana de Cristina se cristaliza una estructura de sentimientos: además del esencialismo de lo trans, presente en toda la serie, se explica que debemos aceptar nuestra herencia y a pesar de ella podemos elegir defender lo que es nuestro.
¿Qué es nuestro si no tenemos nada? ¿Cómo dejar a un lado el dolor si la Veneno tuvo que competir con su compañera y arrancarle un pezón para poder sobrevivir? No es fácil frenar la «reacción bicicleta», que consiste en traspasar el daño que te hicieron, en un mundo competitivo. Pero el mensaje que se transmite es que todo es posible. ¿Desde dónde se incorpora este elemento?, ¿cuál es la mirada desde la que se hace la serie y cualquier obra del mainstream? Eso, como hemos explicado anteriormente, también se agrega a nuestra experiencia común al consumir este contenido. Los mensajes nuevos llegan mejor partiendo de la experiencia común ya asentada, incluso aunque eso implique que se empiece reconociendo los defectos del sistema. Paca la Piraña dirá en el sexto capítulo que ni las privilegiadas aceptan la suerte ni las desgraciadas la conocen: la crítica también cabe en el realismo capitalista, al igual que cabe apropiarse de nuestros símbolos y sacar la hoz para competir. Llegando a este punto toca hablar del término que popularizó Mark Fisher y que nos sirve para entender las estructuras de sentimiento cristalizadas en las obras actuales.
En Todo lo otro, serie de Abril Zamora, se representa (y retroalimenta) lo que sentimos. Dafne, la protagonista, está pasando por un momento difícil de ruptura con su pareja y a pesar de ello está obligada a seguir produciendo, a doblar camisetas en un trabajo que detesta. Es despedida por sus reacciones, pero su compañera convence a la jefa de que pueda volver. De igual forma, sus amigues tienen trabajos que tampoco les gustan y a su compañero de piso no le llega el salario ni para comprarle un anillo a su prometida. Solo les queda evadirse con drogas, sexo y fiesta. Viven entre contradicciones que podemos entender: la satisfacción de la comunicación de la obra con el espectador se aprecia, en vez de con el llanto, con la risa. Cabe destacar que, en esta serie, la representación trans es mucho más conveniente: la trama no se centra en que su protagonista sea trans y esto es lo que marca la diferencia entre la producción de Abril y la de los Javis. La visibilidad dentro del conjunto es importante para entender cómo se construyen las estructuras de sentimientos de las personas respecto a lo trans, para determinar si somos la otredad o la diferencia. Podemos llevar una vida como cualquier otra, no se nos condena a la tragedia más que a la que es común, contrariamente a como se hacía en las representaciones antiguas que transmitían miedo y de alguna forma disciplinaban (estoy pensando en Boys Don’t Cry, de 1999). La mirada desde la que se hace la serie es la de una persona trans, por eso la imagen mostrada no es la de las personas cis sobre las personas trans, como habitualmente ocurre.
Pero aún así, aunque se muestra una red de apoyos (además, de dudosa estabilidad), la impotencia es clara: Eva, amiga de Dafne, no podrá, como desea, dedicarse a ser payaso. Y el realismo capitalista aparece con dureza en la respuesta que da la madre de Dafne a la expresión de sus sentimientos en el último capítulo: «Deja de pensar en tonterías y toma las riendas de tu vida si no te gusta, sé práctica, que la vida es esto, es pagar el alquiler. Y tú no sabes si vas a poder pagarlo el mes que viene. […] Podrías pensar un poco en los demás. […] A mí no me gusta hablar de estas cosas, y lo sabes… A mí me gusta hablar… de Puente Viejo». Mark Fisher habla de «una atmósfera general que condiciona no solo la producción de cultura, sino también la regulación del trabajo y la educación, y que actúa como una barrera invisible que impide el pensamiento y la acción genuinos». El capitalismo no es ideal pero es más fácil imaginar el fin del mundo que el suyo. Esta atmósfera se puede relacionar con la hegemonía. Además, implica el olvido de esta situación (no hablemos de estas cosas) así como de que en el pasado fue diferente. Hay una naturalización del estado de las cosas, pero también del cambio constante arbitrario, de la capacidad de adaptación que se exige al trabajador de las sociedades postfordistas. Las desigualdades existen pero se olvida lo que las provoca.
En el realismo capitalista, el voluntarismo mágico de los libros de autoayuda convive con su contrario, el sentimiento de impotencia del «no hay alternativa». Pero los contrarios no son excluyentes, coexisten en tensión como se puede ver cuando le dices a alguien que coja las riendas de su vida y seguidamente afirmas que la vida es pagar el alquiler. Se nos ponen ejemplos de la meritocracia, de la gente que empezó en un garaje y ahora es multimillonaria, pero nuestras vidas son más parecidas a las de los personajes de Todo lo otro, cuyos sentimientos de impotencia se incrementan con la desilusión del quiebre de expectativas que genera el «querer es poder».
La evolución de las tensiones en las contradicciones permiten que se puedan superar los estados temporales. De hecho, en cada estructura de sentimientos se encuentran elementos de este tipo y las posibilidades de su superación, de un cambio en los sentimientos dominantes. Contra esto, es especialmente problemática la «precorporación» de elementos con potencial subversivo (preparar el terreno para que puedan ser asimilados por el capitalismo antes de que surjan) que caracteriza al realismo capitalista. Esto ocurre, por ejemplo, en el hecho de que en ambas series hay una especie de union sacrée entre proletariado y burguesía. La interseccionalidad permite que en el entrelazamiento de opresiones se construya un «las nuestras» por el género, la edad, la etnia… «Hay un hilo que nos une a todas», como se muestra en Veneno, por eso Valeria tiene que estar ahí para Cristina. Paca expresa esto en el final del sexto capítulo: «Y es que juntas somos capaces de cualquier cosa porque al final, eso es lo que tenemos nosotras, que tenemos la suerte de tenernos». Estos elementos incorporados en este contexto llaman al nacionalismo queer, que si bien nos ha servido para sobrevivir, individualiza las luchas e imposibilita la colaboración política con quienes no comparten nuestras experiencias. En Todo lo otro, la jefa de Dafne, aunque comparta con ella elementos como el ser mujer o cómo siente la edad (incluso el estar atrapada en su trabajo, ya que su posición de pequeñoburguesa tampoco es la más privilegiada posible), nunca podrá ser una igual para ella mientras ejerza una relación de explotación y dominación, ya que tiene el poder de despedirla y hacer que no pueda seguir reproduciendo su vida. Como dice Holly Lewis, «la clase social no es una categoría moral», no es una barrera más fuerte de sufrimiento para el logro individual, es una posición en el modo productivo, que en este caso se trata de la de explotador o explotado.
Cambiar el «defender lo que es nuestro» por «defender a las nuestras», que al final es lo único que tenemos, sí puede ser un elemento revolucionario a incorporar en la estructura de sentimientos común. El capitalismo es incompatible con la vida. Todos los elementos dominantes que hemos explicado que están presentes en la sociedad del control nos llevan a un estado ansioso y depresivo que a veces nos llega a imposibilitar producir y reproducir la vida. En esos momentos lo único que nos queda son «las nuestras», el «nunca me sentí sola porque estábamos juntas» que cantaba Gata Cattana. Construir la primera persona del plural desde el nacionalismo queer puede ayudarnos a sobrevivir pero no a imaginar alternativas al capitalismo. Pero, ¿qué puede hacerlo?
Quizá no haya nada fuera de la totalidad capitalista, concepto que podéis consultar en la Introducción al marxismo queer de este mismo volumen. Pero eso no significa el fin de la historia, eso solo significa que no sale nada de la nada y que si, para restaurarnos en los momentos en los que no podíamos más hemos tenido que estar juntes, ya conocemos experiencias diferentes. Por eso, aunque la contradicción principal de la estructura de sentimientos del realismo capitalista haga referencia a elementos que se presentan como individuales, lo colectivo ya está ahí, no puede no estarlo por nuestra condición de seres humanos. Yendo más allá, como estos elementos no son individuales, lo que se presenta como realismo no es tal. Fisher dice que «solo puede intentarse un ataque serio al realismo capitalista si se lo exhibe como incoherente o indefendible; en otras palabras, si el ostensible “realismo” del capitalismo muestra ser todo lo contrario de lo que dice». Eso hace que las condiciones de posibilidad del cambio estén presentes. Hemos vivido experiencias de solidaridad que nos han construido y que salen de lo más humano, de la cooperación en nuestras comunidades. Pero las comunidades que pueden construir un mundo habitable para todes no son las identitarias, son las inclusivas y amplias. La crítica no se dirige solo hacia el nacionalismo queer, sino también al obrerismo y al descuido de nuestra existencia y problemas específicos. Por eso es tan importante la visibilidad, porque lo queremos todo: que les demás puedan entender por qué actuamos como actuamos, pero no que nos acepten en una sociedad capitalista, transformarlo todo para que nos esté permitida la vida.
El potencial del concepto de «estructuras de sentimientos» va más allá de comprender la cultura: permite orientarla. Si las estructuras cristalizadas en las obras son, en cierto sentido, estructurantes, es decir, construyen nuestra experiencia, también podemos construir más allá del realismo capitalista. En la novela Stone Butch Blues se cuenta una vida difícil, pero las trabajadoras se organizan, consiguen tener voz en el sindicato y sus reclamaciones se alcanzan. Se incorporan los elementos de que si nos organizamos, podemos conseguir que las cosas cambien, de forma que el «voluntarismo» deja de ser mágico y pasa a ser materialista. El personaje de Duffy, líder sindical, transmite estos mensajes de forma clara: «Tienes un poder que apenas has usado aún. Pero no puedes utilizarlo sola». Además, comprende las demandas específicas de las butches, incluso aunque cometiera errores en algún momento de la historia, que también debemos ser capaces de tolerar para construir en común. En la obra se menciona de igual forma el interés por el pasado de Jess, que le permite imaginar futuros al saber que las cosas no siempre fueron como en su presente.
Por último, cabe resaltar la representación del marxismo como lucha total que se introduce, superando la interseccionalidad y el nacionalismo queer. Jess la expone en este discurso: «Nos estamos muriendo ahí fuera. Os necesitamos… Pero vosotros también nos necesitáis a nosotras. No sé qué hace falta para cambiar el mundo. ¿Pero no podríamos juntarnos para descubrirlo? ¿No seríamos más fuertes? ¿No existe la manera de que todos luchemos en las batallas del resto para que no estemos siempre solos?». La solidaridad no hace referencia a un cuarteto de cuerda sino que habla de una orquesta donde cada instrumento tiene una función. Su poder no depende realmente de esa diversidad o de los puntos en común entre ellos: nace de la capacidad de coordinación de tantas personas con un mismo objetivo que toman partido para interpretar la melodía.
Al final de la serie de Todo lo otro, Dafne conoce a la voz en off que había estado presente a lo largo de la historia. Acaba con algo parecido a un «el amor todo lo vence». Creo que eso es cierto, pero no ese tipo de amor, sino el amor entre camaradas, la solidaridad que permite cambiar las cosas. Quienes compartan estos objetivos serán «las nuestras» y la revista Rojo del Arcoíris pretende ser un altavoz para vosotras. Este artículo es una llamada a la producción de obras culturales que permitan imaginar futuros y, sobre todo, las experiencias de organización necesarias para alcanzarlos.