Explicación materialista del origen de la represión sexual

Amanda Klein

Aviso a les lectores: Desde RDA hemos dejado todos los errores ortotipográficos que cometió Amanda Klein escribiendo este texto. Hemos decidido dejarlos para ser lo más fieles posible a su cuerpo de trabajo y a sus condiciones materiales (fue escrito clandestinamente). También se mantiene su puntuación y sus énfasis originales.

Del mismo modo, y no sin luchas, en aquella época se debió ir generando una especie de “derecho” por el que a cada varón le pertenecería una mujer y su descendencia, de un modo total, incluso con el derecho sobre sus vidas. De este hecho se derivaron consecuencias trascendentales, que todavía hoy estamos sufriendo. 

Antes de la aparición del excedente económico y, por lo tanto, de la propiedad privada, no parece que las relaciones sociales tuvieran que estar sometidas a restricciones importantes. La sexualidad se practicaría por grupos y no debía preocupar demasiado el exacto conocimiento de la paternidad. Los hijos pertenecían al grupo y no eran “propiedad” de nadie en particular. Las mujeres los parían y los amamantaban, y con ello finalizaba su deber como madres y, al mismo tiempo su “derecho” como tales.

El problema sufrió una alteración cualitativamente importante con la aparición de la propiedad privada y la adscripción de cada mujer y su prole a un hombre. Este intentaría por todos los medios inculcar en la mujer la idea de la fidelidad; de que sólo debía tener relaciones sexuales con él.

En principio podrá sorprender que las mujeres se dejaran someter. Más aun si tenemos en cuenta que las diferencias físicas entre ellas y los hombres no debían ser tan grandes como hoy. Y sin embargo, es evidente que lo consiguieron. Pero ya deberíamos estar acostumbrados a estas contradicciones. 

Recurriendo una vez más al símil de la burguesía, vemos como somete a una parte de la población, mucho más numerosa que ella. Para ello cuenta no solo con la fuerza física para someter al proletariado, sinó que, y muy fundamentalmente, cuenta con la propiedad de los medios de producción, fuente básica de su hegemonía.

A partir de este hecho, el grupo fuerte, el de los varones, creará unas instituciones que le protejan. Creará un derecho a su medida y una moral que erija en intereses generales lo que solo son sus intereses particulares. Además, ya hemos dicho que el grupo de hombres era el poseedor de los bienes materiales, rebaños, armas, etc. Este hecho modificaría su esfera y la intensidad de su influencia. De alguna manera psicológica, mental y moralmente debió ir generando unas pautas de conducta que hicieron parecer como “natural” y normal las nuevas relaciones que establecía.

En relación con el aspecto que a nosotros fundamentalmente nos interesa – el de la sexualidad – debió irse generando una nueva moral por la que, la sexualidad, y sobre todo la de la mujer, debía estar completamente identificada con la reproducción y cualquier pretensión de considerarla como generadora de placer podría resultar altamente peligrosa para la estabilidad social. Si las mujeres eran capaces, como hasta entonces lo habían sido, de tener relaciones sexuales gratificantes, resultaría mucho más difícil someterlas a una sexualidad restringida a un solo hombre. Hemos de tener en cuenta que lo que se pretendía era que las mujeres aceptasen la idea de que solamente debían tener relaciones sexuales con su esposo, es decir, con el varón a quién pertenecían.

Conseguirlo no debió ser tarea fácil. A todas luces es más fácil obtener que una persona deje de hacer algo, cuando no está muy interesada en ello, que no en caso contrario. Y es evidente que este era el caso.

La mujer había tenido una sexualidad libre, no restrictiva y que era una fuente de placer en sí misma. De muy mal talante estaría dispuesta a aceptar aquella nueva propuesta. Es evidente que se la debió tener que someter, coaccionar y presionar para aceptar este nuevo orden de cosas, y más si tenemos en cuenta que lo que se pretendía no solo era que se sometiera, sino que además lo aceptara y viviera como “natural”. La sexualidad debía ser algo carente de interés en si mismo. Debía vivir la sexualidad como una obligación, pero carente de interés.

No olvidemos que el placer sexual en la mujer, fue visto, hasta hace poco, por nuestra sociedad, como “antinatural”, como una degradación, propio de personas enfermas.

Pero para que este esquema funcionase, la nueva visión tendría también que ser asumida por el varón: Este debería verla como agradable, pero también como una debilidad. La manifestación de algo que no deseaba ser: un animal. También para él, pues la sexualidad sería una fuente de tentaciones y de pecados. 

Poca estabilidad habría ganado aquella sociedad si la mujer hubiese aceptado este esquema de conducta pero no los hombres y por ello la forzaban a mantener contactos sexuales.

La garantía sobre la paternidad de los hijos hubiera peligrado. Se imponía, pues, establecer una moral sexual que obligara por igual a los varones y a las hembras. Esta moral debía tener por meta conseguir que los individuos aceptasen que la sexualidad no fuera libre sinó que se debía realizar solamente dentro de unos marcos.

Por un lado, existía el hecho de que más que fuente de placer la sexualidad se identificaría con la tarea de la reproducción. La sexualidad era útil, productiva. Cualquier manifestación de actividad sexual que no tuviese en cuenta este principio debería ser objeto de sanción. Así, podremos comprender que no solamente existían limitaciones para el “comercio sexual” con otras mujeres que las que correspondían, sinó que la homosexualidad, por no ser reproductora, debía condenarse, ya que contravenía la norma de que la sexualidad no era fuente de placer, sinó un cauce por el cual la especie se perpetuaba. Lo mismo podríamos decir de la masturbación. Esta no sirve para otra cosa que para producir placer.

Así quedaba configurado lo que se entiende por “sexualidad natural”, correcta, adecuada, decente, etc. Sólo es sexualidad “como Dios manda y la naturaleza ordena” aquella que se realiza entre hombre y mujer y tiene por objetivo concreto la procreación.

Hemos de tener en cuenta que hasta muy recientemente las iglesias cristianas consideraban que la sexualidad dentro del matrimonio tenía por único objeto la procreación. De tal modo que si un matrimonio realizaba prácticas sexuales que no tuvieran dicho fin, es decir, crear hijos para el mejor servicio de Dios, cometía pecado, por no estar conforme con la “verdadera” y única finalidad de la sexualidad. Ahora bien, podría pensarse, a tener de lo dicho hasta ahora, que cualquier actividad sexual matrimonial entre hombre y mujer que no pusiera dificultades a la posibilidad de procrear, seria favorablemente vista por la sociedad, pues cumplía con su objectivo*, pero ello no es así. Las restricciones se ampliaron y abarcaron a las relaciones entre hombre y mujer que no tuvieran por finalidad la reproducción, y además a aquellas que se realizaron fuera del marco legal matrimonial. 

Aquí es donde se le ven las orejas al lobo. Aquí es donde descubrimos la verdadera función de la sexualidad.

Hasta ahora podíamos haber visto la concepción que tenían de la sexualidad como equivocada, pero intencionalmente no interesada. Podíamos considerar que se estaba en un error al creer que la única relación correcta era la habida entre un hombre y una mujer, al considerarla más “natural”. También podíamos, sinó justificar, si al menos explicar el que creyeran que la masturbación era perniciosa para la salud y la moral del individuo. Hoy sabemos que nos* es mala, pero estaríamos dispuestos a aceptar que ellos no tenían por que saberlo. Aunque siempre nos asaltaría la duda respecto a su ingenuidad y buena intención. Porque podemos entender que no supiesen si era buena o mala, pero lo que cuesta mas trabajo comprender es cómo sabían que era precisamente mala. Pero nuestra duda sobre su ingenuidad se resuelve cuando vemos que introducen la segunda limitación. Cuando normatizan respecto de que la sexualidad correcta no es la que se realiza entre hombre y mujer, sinó la que se produce entre hombre y mujer pero dentro del matrimonio y con el fin de procrear. Aquí es donde aparece la verdadera función social de la sexualidad.

Si el matrimonio es, a todas luces, no hay duda sobre ello, una institución social, no “natural”, creada por los hombres, de la misma forma es concebida y creada la sexualidad, con fines idénticos, y su pretendida “naturalidad” desaparece como por encanto.

Si el matrimonio tiene por justificatón* última la perpetuación de la propiedad privada, la sexualidad, tal como esta concebida, es otro instrumento que sirve para su transmisión.

Así pues, propiedad privada, matrimonio y sexualidad monógama heterosexual, son tres aspectos de manifestarse un mismo fenómeno: la explotación del hombre por otro ser humano.

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