Andrea M. Astola
Cristina R. Pinel
Cuando las marikas obreras empezamos a tomar conciencia de nuestras identidades disidentes es inevitable una búsqueda de referentes en las que vernos reflejadas, figuras como nosotras que tengan los mismos problemas que nosotras, que se sientan como nosotras e incluso, a veces, que se parezcan a nosotras.
En esa búsqueda en la que el caldero de oro del final del arcoíris no es más que un sentimiento de inclusión y aceptación en una sociedad que no nos quiere, llega un momento en el que nos damos cuenta de que ese caldero de oro, ese producto que explotar y del que sacar beneficios, somos las del propio arcoíris. Esto es, las representaciones LGTB que encontramos en los medios más accesibles y, por ende, más mainstream no son más que productos capitalistas que cumplen dos funciones: generar beneficios y perpetuar la ideología burguesa.
Tenemos la «suerte» de que las vidas queer precarias se están poniendo cada vez más en boga. Netflix y HBO se forran capitalizando nuestro sufrimiento, pero generalmente se quedan en eso, en el drama. No quieren (o no les interesa) ahondar en las figuras que representan. Se quedan con la imagen, con la máscara, dando en ocasiones alguna pincelada biográfica, pero siempre respondiendo a sus intereses capitalistas, sean estos crear una «falsa controversia» para que se hable de su contenido en círculos que no sobrepasan lo liberal, sean «divertir» a las masas alienadas. En esencia, terminan fagocitando toda la posibilidad revolucionaria que podría tener el aprendizaje y la revisión de nuestras ancestras queer obreras, las despojan de su contenido quedándose con la mera forma.
Esta —no tan reciente— arma burguesa es el pinkwashing, una estrategia de puro marketing capitalista con la que se disfrazan las empresas y medios de comunicación, una piel de cordero rosa y LGBT-inclusive que esconde su última razón de ser: empaparnos de su propaganda. Los productos culturales y artísticos se convierten en herramientas mercantiles en forma de divulgaciones vacías, para manipular las vidas de las luchadoras queer de clase obrera, banalizándolas y haciéndolas aptas para el consumo. Convierten las vivencias underground en algo mainstream, perdiendo la conciencia de clase por el camino.
Si se condena al olvido el devenir histórico revolucionario de las disidencias que deberían haber servido de brújula para la causa proletaria queer, nos tropezaremos mil veces con los prejuicios y alienación a los que la ideología burguesa nos somete.
Volviendo a nuestra búsqueda, uno de los lugares más sonados de referentes LGBT es sin duda la revuelta de Stonewall, que conmemoramos todos los años en el día del orgullo LGBT el 28 de junio.
Nada más salir del armario parece que los instrumentos de comunicación (o, dicho de otra forma, pura propaganda) burgueses no puedan esperar para bombardearnos con información sobre esta revuelta. La nombran como tal, pero, como siempre, no ahondan en su significado. Nos cuentan que fue una revuelta contra la represión policial en un bar gay (perteneciente a la mafia) donde solían actuar drag queens, kings y travestis, y que, de hecho, una de ellas fue la que tiró la primera piedra: Marsha P. Johnson. Inmediatamente después —sin explicar el proceso revolucionario detrás— eso dio paso al Gay Liberation con una manifestación en Christopher Street. Y, como dicen, el resto es historia (capada por el capital).
Nos encontramos en un momento de «aceptación» de lo queer por parte de las instituciones burguesas. Esta etapa de despatologización e inclusión activa comenzó en la década de los noventa, cuando las secciones de marketing de las empresas encontraron una mina de oro en lo que llamaban «two salaries, no kids», las parejas homosexuales con cierta afluencia económica que comenzaban a habitar los barrios modernos de las ciudades. Ser un gay blanco y burgués te otorgaba cierto caché, y estas fueron las figuras más promovidas por los medios de comunicación, como fue el caso de Elton John. Por otra parte, las personas queer obreras a las que se decidió hacer «famosas», eran más utilizadas para la comedia, como maniquíes llenos de purpurina en los que depositar la intolerancia sin sentirse culpables, como ha sido el caso de Cristina, la Veneno.
Con los años, y más aún con la crisis de 2008, aumentaron las diferencias entre las marikas precarias y las ricas, y esto le restó potencial de identificación a las últimas por parte de la clase obrera, forzando a las promotoras a rescatar muertas queer de todos los callejones de la historia y, en vez de usarlas como muñeco de feria (algo que les estaba dejando de funcionar), las dotaban de un halo angélico, de una transparencia y una bondad infinitas. En caso de que naturalmente no respondieran a esos estándares —al estar muertas y no poder protestar—, modificaban sus biografías e incluso su imagen pública, amoldándolas, desangrándolas de su potencial revolucionario en el proceso, algo que perfeccionó David France en su documental de Marsha P. Johnson para Netflix. La información revolucionaria y el legado histórico que nos dejaron nuestras camaradas queer no son accesibles para nosotras, las queers de clase obrera, que tenemos que bucear en un océano contaminado de propaganda liberal, conspiraciones y bulos. Esta es, precisamente, la tradición selectiva de la que habla Raymond Williams, lo que se nos muestra de la historia no es arbitrario, está meticulosamente seleccionado para satisfacer la ideología capitalista. Crean así cultura para la clase obrera, pero no por la clase obrera y sus objetivos revolucionarios, sino para mantenernos alienadas de nuestra propia lucha por medio de las que deberían ser nuestras referentes.
La elección de las figuras de Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera para hablar sobre la problemática que nos ocupa en este artículo no es en absoluto casual. Nos planteamos como objetivo la reapropiación de estas figuras y una reivindicación de su historia para las obreras queers, por haber sido forzadas en el túnel de lavado del Día del Orgullo LGTB (Gay) y todo lo que esa pérdida ha implicado. Conocemos a Marsha como «la que tiró la primera piedra en Stonewall» como si esto hubiese sido un arrebato aislado y no lo que realmente fue: una respuesta contra la represión policial que ocurría en los años sesenta y setenta en Estados Unidos, que posteriormente dio lugar a la formación del Gay Liberation Front y de la organización STAR (Street Transvestite Action Revolutionaries), con estas mismas referentes como protagonistas.
En 2013, la editorial anarquista Untorelli Press recogió en un fanzine una serie de discursos y entrevistas de Marsha y Sylvia llamado STAR: Survival, revolt, and queer antagonist struggle en el que podemos escuchar de la propia boca de estas revolucionarias cómo fue para ellas la revuelta de Stonewall y todo lo que vino después.
Así lo dice Ehn Nothing en la introducción del propio fanzine:
“Puede parecer obvio que el estudio de la historia es un elemento necesario para continuar la guerra contra este mundo. (…) La historia es un arma.”
La revuelta de Stonewall tiene lugar en un contexto histórico de revueltas por los derechos civiles en Estados Unidos. El presidente en aquel momento era Nixon, republicano y adalid del racismo y la homofobia mediáticas, y él y su partido eran pilares ideológicos para el pueblo estadounidense. Además, no hacía mucho que Martin Luther King había conseguido movilizar y visibilizar los derechos de las personas racializadas. Por lo quela revuelta no fue un hecho aislado ni único ni en cuanto a contexto histórico ni en cuanto al suceso en sí, ya que contamos también con la revuelta de la cafetería Compton’s en 1966, que fue la primera revuelta transgénero de la que se tiene constancia en Estados Unidos. Es decir, Stonewall es un producto de sus propias condiciones materiales, así como lo fueron muchos otros.
A raíz de esta respuesta contra la represión policial nace el Gay Liberation Front (GLF), cuyo nombre nace se inspira en Frente por la Liberación de Vietnam (conocidos también como los Yellow Panthers, una organización comunista).
Tras una sentada en el Weinstein Hall por los gay rights en la que participó el Gay Liberation Front, Sylvia Rivera y Bubbles Rose Marie fundaron la organización STAR. Más tarde le pidieron a Marsha P. Johnson que fuera la vicepresidenta, como ella misma cuenta en Rapping with a Street Transvestite Revolutionary: an interview with Marsha P. Johnson.
En su entrevista «I’M GLAD I WAS IN THE STONEWALL RIOT», Sylvia Rivera habla sobre STAR y el papel de Marsha y de ella en la organización:
STAR se creó para la gente gay callejera, para la gente sin hogar y para cualquiera que necesitase ayuda en cualquier momento. (…) Alimentábamos y vestíamos a la gente. Manteníamos el edificio en funcionamiento. Salíamos a prostituirnos a las calles. Así pagábamos el alquiler. No queríamos que nuestros chavales salieran a la calle a prostituirse.
Según cuenta Marsha en su entrevista, el encarcelamiento de las travestis de la calle estaba a la orden del día gracias a un sucio mecanismo judicial que consistía en lo siguiente: las travestis que tenían que dormir en la calle eran detenidas por vagabundear y eran encarceladas sin derecho alguno a un abogado. La solución que proponía el juzgado era que, sin haber antecedentes penales, se declararan culpables de prostitución o vagabundeo con intención de prostitución; de esta forma, las travestis tenían la oportunidad de salir de la cárcel en cuestión de días, pero habiendo engordado su expediente policial y sabiendo que no habría una próxima vez con posibilidad de no recibir una condena. Si no se declaraban culpables, la espera de un juicio y un abogado podría llevarlas a pasar meses en la cárcel. STAR les proporcionaba un sitio donde dormir en el que no pudieran ser detenidas por vagabundear. Es decir, STAR era una organización por y para la clase obrera.
Sylvia y Marsha no se definen a sí mismas como marxistas en sus entrevistas y discursos pero sí como revolucionarias. Incluso Huey P. Newton le dijo a Sylvia que era una revolucionaria cuando coincidieron en la Revolutionary People’s Constitutional Convention en 1971. Además, en 1970 surgen en Nueva York los Young Lords, un partido íntegramente marxista-leninista por la independencia de Puerto Rico del que STAR (y, más concretamente, Sylvia Rivera) formaron parte.
En definitiva, el Orgullo Gay nunca le perteneció a la burguesía ni a las clases medias aspirantes que nos pretenden representar a las queers en los mainstream media. Aquello que hoy en día se celebra con una canción de Alaska formó parte de la historia socialista y marxista-leninista, y como marxistas no debemos permitir que se nos arrebate. Esto, por supuesto, no significa que debamos ser acríticas con nuestras referentes, sino todo lo contrario, debemos aprender de ellas y seguir con su legado.