Ricardo Galiano
El verano es una de las estaciones del año en las que mejor se observa que la cis-hetero-mono-norma, así como su ideología estética y moral, es un régimen político que regula y atraviesa todas las relaciones sociales. Caen los primeros rayos de sol y la vida entera del Estado sale al exterior. Las masas se revuelven en sus hogares, temerosas de combatir el calor ante el aumento de los precios de la luz, y terminan por huir a parques, playas, terrazas, piscinas, plazas y jardines públicos. Cualquier rincón basta para les exiliades que buscan sombras, refrescos, descansos… Durante este periodo de éxodo, de ese giro hacia los espacios exteriores, las disidencias, que tratan de contorsionarse para encajar en la estrecha arquitectura política de la norma, son sistemáticamente recordadas que sus cuerpas y vidas no son ciudadanas, que no pertenecen al espacio público. Son obscenas en el sentido más literal del término: aquello que no puede mostrarse en público.
Los espacios de aparente alivio para algunas, son para les queer trampas mortales. Morar un espacio de convivencia o quitarse capas de ropa implica ser reprendides; así se interioriza que existen cuerpos y vidas productivas para el capital, física e ideológicamente capaces, y cuerpas improductivas que bajo los mismos criterios son física e ideológicamente incapaces o discapacitades. La ética del gimnasio mana de la fuente del espíritu del neoliberalismo: reificación, auto-explotación, discursos del mérito, mercadeo y valor. Las cuerpas son disciplinadas y violentadas en estos centros productivos hasta devenir, entre pesas y falsas preocupaciones por la salud, en cuerpos preparados para reproducir el capital. Por supuesto, nadie es normal. El ideal funciona precisamente por su naturaleza quimérica, ya que ello garantiza que todos contribuyan por lo que no son a su reproducción y consuman los productos que les acerquen a la experiencia estética de ser por un momento lo que nadie es.
Las cuerpas gordas, viejas, discapacitadas e incapaces de producir las fantasías de la reproducción social y su dogma de género y sexualidad son molestas, raras, y el capitalismo las hace comprender que su lugar es la máscara o, de lo contrario, el confinamiento a la clandestinidad y la celda monástica de la privacidad, donde puedan ser mejor explotadas y/o erradicadas por completo.
En este sentido, la campaña del Ministerio de Igualdad, El verano también es nuestro, prometía ofrecernos a les marxistas queer una oportunidad para apoyar un producto socialdemócrata. Podíamos aprobar la intención del cartel y aprovecharlo a la par como plataforma para cuestionar el discurso liberal que reduce la violencia contra las cuerpas disidentas a una tara moral o una postura estética heredada del pasado sin aportar ningún contexto al marco económico de este rechazo ni atender a los diferentes criterios de capacidad y género que han ido desarrollando las relaciones de producción a lo largo de la historia.
Sin embargo, el Ministerio de Igualdad ha condenado a muerte nuestro apoyo. En los días siguientes a la presentación de la campaña fueron apareciendo uno a uno los diferentes escándalos que rodean al cartel. Nyome Nicholas-Williams revelaba en sus redes sociales que su imagen había sido tomada sin su consentimiento ni crédito. Poco después se supo también que la artista del cartel tampoco contaba con la licencia y derechos para la tipografía que había utilizado. Por si todo esto fuera poco otra modelo, Sian Green-Lord, denunció que su imagen también se había empleado sin su permiso con la particularidad de que su pierna ortopédica había sido eliminada. Había sido normativizada para un cartel que pide la liberación de todos los cuerpos. En lo que se refiere a la liberación también hay cuerpos de primera y de segunda.
Quizá lo más increíble de todo este asunto es la falta de perspectiva del Ministerio de Igualdad respecto al escrutinio al que se someterán todas sus acciones. Evidentemente, hay quien dirá que no se puede culpar al Ministerio de estos errores, sin embargo, es imposible no adjudicarle culpa in vigilando como contratante y tachar de actitud insensata la inconsciencia demostrada respecto al contexto político en el que se encuentran todas aquellas reivindicaciones que implican a las vidas y cuerpos marginados. Cualquier error basta para tachar de delirante el asunto. Resulta sencillo imaginar cómo la reacción aprovechará la ocasión para rechazar por correspondencia cualquier reivindicación por la liberación de todas las cuerpas desechadas y explotadas por las cadenas de producción y reproducción capitalistas. De hecho, ya existen parlamentarios que han sabido lucrarse de la polémica para solicitar la disolución del Ministerio de Igualdad.
La suma de errores cometidos por la artista Arte Mapache evidencian el oportunismo político del Ministerio, inclinación que persiste desde que fuera tomado por Irene Montero y su círculo de influencia socialdemócrata al comienzo de la legislatura pactista. La mala praxis de la artista, la baja calidad de la ilustración y la opacidad respecto a la adjudicación a dedo del contrato de 4490 euros, pone de manifiesto que este cartel no es consecuencia de una proceso político de interés por las vidas y corporalidades maltratadas por el capital, si no uno de aprovechamiento consciente y chapucero de una necesidad de validación y reconocimiento por parte de estos mismos sujetos para obtener unas migajas del capital mediático que sostiene el capital económico de Unidas Podemos como organización parlamentaria burguesa.
Esto no es algo nuevo en el espacio político izquierdista español sino más bien una demostración más de la estrategia de maquillaje y reorganización del capital que compete a estas estructuras. Su oportunismo hacia las realidades y necesidades de la clase obrera termina por provocar desmovilización y conformidad entre esta y, por supuesto, el refuerzo de los intereses de la burguesía. Como parte de ese proceso, su actividad consiste en tejer y destejer sus supuestos avances como una Penélope que trata de distraer a sus pretendientes hasta la llegada de su querido Ulises: la reacción conservadora que el capital necesita para superar la actual crisis de reproducción social. Al fin y al cabo el capitalismo siempre interpreta el progreso de una manera dialéctica y anfibólica: cuerpos oprimidos en la playa, discapacidades escondidas y trabajos no remunerados; capitalización de las necesidades inmediatas de la clase obrera trans con promesas de una ley reformista que nunca llega y puertas abiertas a una reacción familiar disfrazada de socialdemócrata. En última instancia, tras el laberinto de gestos vacuos de cara a la galería, yace el desbroce de los caminos con los que la burguesía enviará a la reacción fascista al poder. Sólo la organización de todas las oprimidas contra la dictadura burguesa podrá poner fin a su régimen de explotación.