LGBTIfobia, diversidad sexual y capitalismo, entre las trampas del reconocimiento y la persistencia de las  opresiones 

Este artículo trata de abordar ciertos debates acerca de cómo enfrentar las agresiones LGBTIfóbicas, la extrema derecha y los límites del punitivismo y el liberalismo para combatirla; y también de las trampas de pelear por el reconocimiento en la sociedad capitalista para pensar un combate de la  diversidad sexual en alianza con el resto de los sectores oprimidos y la clase obrera. 

“O salimos a la calle o no volvemos a casa”.  

Este es uno de los principales lemas de las concentraciones contra las agresiones LGBTIfóbicas que tuvieron lugar en junio de 2021 en el Estado español. Para entonces se habían registrado a  nivel legal más de 700 agresiones LGBTIfóbicas, las cuales una fuente como el diario El País cifra en  un posible 10% de las que suceden. (Lopez-Fonseca, 28-VII-2021, http://www.elpais.com

¿Las fuerzas represivas son LGBTIfriendly? 

Por una parte, estas cifras sólo descendieron durante el confinamiento, ya que las múltiples  agresiones policiales que se dieron en barrios populares en la impunidad durante el Estado de  alarma no cuentan como delitos de odio. Por otra, según ese artículo “la encuesta revela que una  mayoría de los que no acudieron a denunciar lo fue porque pensó que la Policía no le tomaría en  serio, no lo entendería o porque sentía desconfianza hacia los agentes.” 

Pero ¿por qué en uno de los estados con mejores índices de “tolerancia” hacia las personas LGBTI y una de las mejores situaciones legales del mundo se da esta situación? Bastaría hacerse algunas  preguntas. ¿No tendrá algo que ver que se trata de la misma la policía que el gobierno enviaba a  cargar contra activistas LGBTI en julio cuando protestaban contra el asesinato de Samuel al grito de maricón? ¿O a alguien le parece extraño que no haya confianza en los Mossos d’Esquadra que  asumieron en juicio su responsabilidad en la muerte del activista LGBTI Juan Andrés Benítez en  Barcelona en 2013 y siguen patrullando en impunidad? ¿Es que no sobran los motivos para  desconfiar de la justicia patriarcal que revictimiza a quienes denuncian una agresión sexual? 

Para mostrar a algunos estados capitalistas como garantes de los derechos LGBTI a través de las  leyes habría que obviar algunos aspectos: la limitación de estas leyes por edad, origen o binarismo, la capacidad de hacerlas retroceder si es necesario negociar con la extrema derecha, la distancia  entre los derechos en el papel y derechos en la vida real o el auténtico rol de las fuerzas represivas  del estado. 

En este artículo en primer lugar trataremos de abordar la lucha contra la LGBTIfobia explorando los límites de las estrategias liberales y punitivistas. En segundo lugar, trataremos de profundizar en  cómo pensar un combate de la diversidad sexual contra el sistema capitalista que la disciplina y  reprime para subsistir y la importancia de la alianza con el resto de los sectores oprimidos y la clase trabajadora al frente. 

La organización política de los intereses capitalistas no es LGBTIfriendly

Una encuesta publicada a finales de agosto de 2021 por el gobierno británico (Nolsoe, 31-VIII 2021, http://www.yougov.co.uk) mostraba unas nuevas estadísticas sobre población LGBTI a nivel  europeo. Según esta encuesta, en el Estado español un 91% de personas cishetero apoyarían la  salida del armario de une familiar LGB y un 87% como trans o no binarie. Mientras tanto, no es tan  extraño ver como en ambientes de socialización queer se comparten listas de sprays de defensa  personal que son legales o se organizan para ir y volver en grupo de movilizaciones contra  asesinatos LGBTIfóbicos, por si les atacan ultraderechistas o les golpea la policía. 

En cambio, si en esa encuesta hubieran preguntado a personas LGBTI tendríamos resultados  probablemente similares a los que arroja otra encuesta a nivel europeo (FRA, 14-V-2020,  http://www.fra.europa.eu), según la cual un 69% en algún momento evita pasar por ciertas situaciones  para evitar ataques, un 91% entre los 15 y los 17 años no muestra de forma totalmente abierta su  identidad, o un 38% (un 48% en las personas trans) ha sufrido ataques en los últimos 12 meses. Lo  que los estados capitalistas venden como paraísos progresistas LGBTIfriendly, con leyes de  igualdad, festivales y turismo, resultó ser un escaparate: brilla bajo los focos, pero tiene precio y  derecho de admisión. 

En las sociedades capitalistas y sus democracias liberales actuales conviven extraños compañeros  de viaje: la liberalización comercial de nuestras identidades junto con la precarización de la  mayoría trabajadora y de los servicios públicos. La celebración de festivales del Orgullo LGBTI muy  lucrativos con la falta de educación sexual en las aulas o la separación Iglesia-Estado. Un gobierno  que se dice progresista y guarda en el cajón la Ley Trans junto con una extrema derecha salida de  un tribunal de la Inquisición. La creación de nichos de mercado rosa junto con la casi total  exclusión de las personas LGBTI no nativas de los avances legales. 

Es la misma dualidad que vemos si encendemos la televisión al saltar de series con una cuota de  representación LGBTI a programas de debate político en los que en 10 minutos da tiempo a  culpabilizar de las agresiones a menores extranjeros, a la izquierda por “instrumentalizar la causa”  o a “homosexuales que no se asumen”, prácticamente sin réplicas y con entrevistas amables en  prime time a la extrema derecha. 

En ese caldo de cultivo crecen las agresiones LGBTIfóbicas y su visibilidad, en la calle, la casa, las  aulas o el trabajo. Y en los últimos meses vemos ciertas ideas nuevas que se van instalando y  debatiendo entre los movimientos LGBTI menos insertados en el aparato estatal. Que se puede  asociar al auge de la extrema derecha al aumento de las agresiones. Que ésta va a tratar de  relacionarlas con las personas migrantes en un giro racista. Que hay un blanqueamiento de los  “discursos de odio” en los medios y el terreno parlamentario. Que no nos van a proteger las  fuerzas represivas ni la justicia patriarcal y reaccionaria. 

Todas estas posturas son cambiantes y fruto de una experiencia en un movimiento que está viendo resurgir la movilización de sus alas más izquierdas y en la juventud. Y al mismo tiempo están  atravesadas por la cuestión de un punitivismo en debate. 

Aunque es correcto relacionar el aumento de las agresiones con la extensión mediática del  “discurso de odio” de la ultraderecha, esto plantea varios problemas. Primero, apuntar sólo hacia  la extrema derecha implicaría obviar que las agresiones LGBTIfóbicas no comenzaron con su  aparición. Segundo, abre la puerta a un discurso en el que la clave pasa por votar a un gobierno  capitalista más progre o incluso a una derecha “civilizada” y desmovilizarse. Tercero, la idea de un 

“discurso de odio” o un “delito de odio” no es la gran herramienta contra la LGBTIfobia que tratan  de vendernos. 

Es el estado capitalista quién decide qué es un delito de odio o un discurso de odio. Según los  jueces, puede no serlo agredir a un joven al grito de maricón en Valladolid en 2020, pero sí tratar  de impedir que circule el transfobus de Hazte Oír en Sevilla en 2017 para nueve jóvenes a quienes  la Fiscalía pide un total de 13 años cárcel por el agravante de delito de odio. Pedir que continúen  las terapias “para curar la homosexualidad” no es discurso de odio, pero las críticas a la Iglesia  Católica que las imparte pueden serlo. Lo que el neoliberalismo progresista anuncia como un arma  al servicio de “minorías” en realidad es una forma de vender una mayor confianza en la justicia  para ricos y patriarcal y en la disciplina del Estado para los movimientos sociales, algo que puede  volverse en su contra. 

Por otro lado, la extrema derecha avanza cuando se balancean hacia la derecha las políticas de la  izquierda para evitar que les dispute el terreno, marcando así la agenda y generando una  subjetividad que escora hacia la derecha y que beneficia a la derecha. Y la extrema derecha no  retrocede cuando movimientos como la diversidad sexual piden medidas represivas contra ella. Al  contrario, extiende sus lógicas. En esa misma línea está la idea de ilegalizar VOX o Hazte Oír porque promueven un “discurso de odio”. Las agresiones LGBTIfóbicas, racistas o a militantes de izquierda  son una prueba de que los fascistas no se frenan votando al mal menor ni pidiendo que se  ilegalicen. Cuando ante cada ataque y provocación ultraderechista la izquierda reformista llama a  votar “bien” en las próximas elecciones y mientras tanto desmovilizarse están llamando a  esconderse y dejar vía libre. No todo el mundo puede esconderse mientras aumentan las  agresiones. 

No hay nada más peligroso que creer que puede utilizarse el poder punitivo del estado burgués  para enfrentar a la extrema derecha. Toda medida que fortalezca al estado y su poder represivo  contra las libertades democráticas, aunque pueda causarles molestias temporales a los fachas, será más temprano que tarde utilizada contra la clase trabajadora, los movimientos sociales y sus  organizaciones. 

Por ejemplo, la respuesta política de mayor calado tras la oleada de agresiones de mediados de  2021 fue anunciar “la cooperación de manera directa con las unidades policiales en la  investigación de los episodios de delitos de odio de mayor gravedad, complejidad o trascendencia  mediática” (Ministerio del Interior, 28-VII-2021, http://www.interior.gob.es). Quien se encarga de ello es  el ministro de Interior Fernando Grande-Marlaska, al que el TEDH responsabiliza de encubrimiento  de torturas como juez y último responsable del operativo que mandó reprimir a la policía en la  manifestación que protestaba contra el asesinato homofóbico de Samuel, de las deportaciones en  caliente o la administración de los CIEs. ¿Éstas son nuestras herramientas? 

La vía para combatir a esta extrema derecha no pasa pues por el refuerzo de la capacidad punitiva  del Estado que la integra como una de sus alas. Pasa por desarrollar un movimiento independiente  que combata todas sus expresiones. En esa línea el comunicado estatal de las movilizaciones  contra las agresiones LGBTIfóbicas de julio de 2021 (Asociaciones LGBTIAQ+ críticas, 8-VII-2021,  http://www.izquierdadiario.es) afirmaba: 

“Levantemos la solidaridad y la autodefensa antifascista contra los ataques LGBTIfóbicos y la  represión del estado, codo con codo con el antirracismo, el movimiento de mujeres, la clase obrera 

y la juventud. Organicémonos en los centros de estudio, de trabajo y en los barrios. Salgamos miles a la calle no sólo para exigir justicia y defendernos, sino también para pelear contra este sistema  patriarcal, racial y capitalista.” 

Y pasar de la autodefensa al ataque, en un estado capitalista y racista, pasa por varios puntos que  en ocasiones pasan desapercibidos. 

Diversidad: la trampa es el capitalismo 

En las movilizaciones contra las agresiones LGBTIfóbicas estamos viendo cómo se instala el  cuestionamiento a instituciones capitalistas como la policía o la judicatura con las que se está  haciendo una experiencia represiva (que nunca había cesado). La extensión de estos  planteamientos y la movilización más allá del 28 de junio y otras fechas señaladas son un elemento que rompe con la deriva institucional de un movimiento que se iba reconfigurando de la liberación  sexual a la inclusión LGBTI. 

La inclusión de (algunas) personas que antes habían sido excluidas de los propios regímenes  democráticos capitalistas se tradujo en una mayor institucionalización, cooptación, fragmentación  y despolitización. Se tradujo en definitiva en una máxima aspiración de reconocimiento en la  sociedad capitalista: pasar de ser “ciudadanos de segunda” a ocupar puestos en todos los  escalafones de este sistema basado en la explotación y la opresión. Ministros represores gays,  lesbianas en la ultraderecha, asociaciones LGBTI en la policía y una serie de trampas que ayudan a  que la clase dominante y sus fuerzas de choque sean más diversas. 

Estos dos elementos, la ofensiva neoliberal y la inclusión en las instituciones de los sectores más  moderados de los movimientos por la diversidad sexual, son fundamentales para comprender la  deriva conservadora que siguió una parte importante del movimiento. Un paso de la ofensiva a la  resistencia y la posterior institucionalización, que se materializa a partir de los años 80. Del  combate por la transformación radical de toda la sociedad, el movimiento se desplaza  mayoritariamente a la lucha por la creación de espacios institucionales contra la discriminación,  cambiando las calles por las oficinas gubernamentales y la crítica a la sociedad patriarcal por las  “agendas inclusivas”. 

Esta oleada de nuevas movilizaciones contra la violencia que sufrimos viene a desvelar los enormes límites de esta estrategia, cuando la realidad está a años luz de las flamantes leyes que, si bien en  muchos casos son necesarias, llegan tarde, recortadas y con exclusiones. 

Una ley que sea el resultado de una pelea y suponga una ampliación de derechos para un sector  oprimido es un avance y lo es para el conjunto de sectores oprimidos. Esa es una de las razones  por las que no ha cesado durante años una pelea por la aprobación de una Ley Trans o por las que  el matrimonio igualitario también fue una equiparación de derechos fiscales y laborales arrancados a través de la lucha. Pero no perdamos el horizonte de que el Estado no es quién para reglamentar  qué transición es válida, para patologizar las identidades que se salen de la cisnorma, o para decir  qué tipo de relaciones y de cuántas personas merecen o no derechos y amparo legal. 

La lucha por los avances legales es fundamental, pero puede ser una ilusión si no está unida a una  pelea por implementar los derechos en la vida real y por derribar de conjunto el sistema capitalista

que utiliza la opresión a la diversidad sexual para seguir disciplinando al conjunto de su fuerza de  trabajo. 

Podemos encontrarnos con proyectos de leyes LGBTI en una minoría de estados capitalista, pero  incluso en ese terreno están en peligro de perderse entre acuerdos parlamentarios o concesiones a la extrema derecha. Por ejemplo, mientras la Ley Trans lleva varios años “en el cajón”, la educación  sexual sigue brillando por su ausencia en las aulas y los acuerdos del Estado con la reaccionaria y  LGBTIfóbica Iglesia no se ven cuestionados, con inmensos fondos de dinero público. 

Estas leyes se paran ante la discriminación laboral que quiera ejercer la patronal (causando un  elevadísimo paro en las personas trans) o ante la situación de una sanidad pública desfinanciada y  privatizada durante décadas de recortes, cuyas consecuencias se han agudizado en la pandemia.  Concretamente el borrador de la Ley Trans publicado en aquellas fechas terminó excluyendo a  menores, migrantes y no binaries.  

La “inclusión” LGBTI termina en la frontera: racismo y pinkwashing 

Hoy en día que descubran que no eres cis y heterosexual sigue siendo ilegal en 72 países, el  matrimonio igualitario está disponible solo para el 15% de la humanidad y miles siguen sufriendo  muerte, persecución, precariedad y violencia por dentro y fuera de la ley. Y esto último también  implica cuestionar a este régimen y su carácter imperialista desde la diversidad sexual. 

En el caso de un estado imperialista como es el español es necesario señalar que incluso sus  propuestas legales más progresistas niegan en la mayor parte de los casos el derecho de asilo de  las personas LGBTI migrantes que vienen de países donde tu vida corre peligro, pero no hay una ley que te encarcele o mate. Incluso obliga a demostrar una persecución que ha habido que ocultar  para sobrevivir. 

 Las leyes LGBTI no sobrepasan las líneas de las racistas leyes de extranjería, ni de los CIEs, las  posesiones coloniales, las misiones imperialistas, las fronteras militarizadas o las devoluciones en  caliente. Adaptar la lucha a estos marcos no sólo ignora el racismo e imperialismo de este régimen, sino que divide las propias filas de los sectores oprimidos, señalando de antemano a quienes  serían excluides de una “fiesta de la inclusión” que todavía no ha llegado. 

Sin embargo, contamos con ejemplos históricos de alianzas con el antirracismo hace ya 50 años.  Así, tal y como los Gay Liberation Front habían participado en las marchas a las cárceles por la  liberación de integrantes de las Panteras Negras, uno de sus fundadores, Huey Newton, expresaría  en un discurso en 1970 (Newton, 11-VIII-1970, http://www.blackpast.com) que “a los homosexuales  nadie les está regalando ninguna libertad. Tal vez estemos unidos, siendo los más oprimidos en  esta sociedad. […] Más allá de los prejuicios, un homosexual puede ser un revolucionario.  Deberíamos intentar una coalición con la liberación gay y los grupos de liberación de la mujer.

La diversidad sexual organizada también enfrenta la extrema derecha 

Según el último Barómetro sobre juventud y género en el Estado español (FAD, 29-IX-2021,  http://www.fad.es) entre 2017 y 2021, años en los que ha tenido lugar el auge tanto del movimiento de  mujeres como de la extrema derecha, se ha duplicado la cantidad de hombres entre 15 y 29 años  que considera que la violencia machista no existe y es un invento ideológico, llegando a 1 de cada  5. Según esa misma encuesta, desde 2017 hasta 2021, el porcentaje de mujeres de esa edad que  se consideran feministas ha pasado del 46,1% al 67,1%. Es posible así observar como los debates  que atraviesan el sistema patriarcal también a su vez se encuentran imbricados en las tendencias a  la polarización durante esos cuatro años. 

Es a los sectores racializados, feminizados y sexodiversos de la clase trabajadora a quienes más  afecta el auge de una extrema derecha que toma la avanzadilla contra estos derechos como un  trampolín para lanzarse a por toda la clase obrera. Así también, una clave para su organización y  movilización sea interseccionar las luchas contra las opresiones con una clase obrera al frente que  es más feminizada, racializada y sexodiversa que nunca.  

Ante las tendencias de desmovilización y derechización, una de las claves para que la clase  trabajadora despliegue su fuerza está en combinar el potencial que tienen los sectores que luchan  contra el machismo, el racismo o la LGBTIfobia con el potencial que tienen sus posiciones en la  clase trabajadora. Y, sobre todo, tratar de aprovechar ese potencial de una clase precarizada y más  diversa que nunca para combinar la pelea contra la explotación y las opresiones de forma  superadora de este sistema capitalista que las utiliza para sobrevivir.  

Cuando se imponen en las organizaciones obrerar posturas que tratan de “lucha ajena” la  existencia de los CIEs, la ley de extranjería, los desahucios o las agresiones LGBTIfóbicas,  contribuyen a que la clase obrera encuadrada en estas organizaciones se encuentre más lejos de  las peleas contra el machismo, el racismo o la LGBTIfobia. Cuando las burocracias de los  movimientos sociales sólo aspiran al reconocimiento por parte del estado capitalista y pierden la  orientación de la lucha de clases contribuyen a alejarse del resto de la clase obrera. 

Esta postura lleva a que dentro de los movimientos sociales se fortalezcan las lógicas separatistas,  que no tienen en cuenta la unidad con el resto de la clase trabajadora o que dentro de los  sindicatos se extienda la impresión de que las luchas contra las opresiones son algo “ajeno” a la  clase trabajadora. En el sentido de estas tareas políticas apunta la historiadora Josefina Martínez  (Martínez, 28-VII-2019, http://www.laizquierdadiario.com) al afirmar que “la lucha por una sexualidad  libre no es algo secundario, ni ajeno a la lucha de la clase obrera, las mujeres y la juventud. En la  lucha contra el capitalismo patriarcal y sus violencias, la lucha por el disfrute del tiempo libre y la  sexualidad es parte del combate por una sociedad emancipada”

Mientras tanto, el sistema capitalista sigue reinventando y adaptando los sistemas patriarcales y  raciales en su propio beneficio, dividiéndonos en clase obrera “de primera”, “de segunda” o “de  tercera”, tratando de enfrentarnos y de ordenar el mundo en base a esas divisiones. Si para  golpear con más fuerza es necesario quebrar las divisiones que trata de imponernos este sistema  capitalista, ¿por qué no tratar de articular una suma de luchas y experiencias, sino poner además  al frente a la clase trabajadora, la clase que pone en marcha y puede parar el sistema capitalista?

Siempre fue parte de la lucha de clases 

En 1971 el FHAR1 declaraba que “no hay posibilidad de separar nuestra lucha por la libertad  sexual, por la liberación del deseo, de nuestra lucha anticapitalista, por una sociedad sin clases, sin  amos ni esclavos” (FHAR, 30-VIII-1971). Este es sólo un ejemplo del rico debate acerca de la  relación entre la lucha de clases y la liberación sexual que atravesó los movimientos sociales en los  años 70. 

En esta línea, por una parte, no podemos considerar que la pelea por la liberación sexual y la lucha  contra la explotación capitalista sean esferas completamente distintas. Y eso quiere decir que  cuando la clase obrera (a la que pertenecemos la mayoría de las personas LGBTI) obtiene una  victoria lo hace contra un enemigo común: el sistema capitalista. Por otra parte, quiere decir que  es necesario debatir contra los sectores del movimiento que traten de instrumentalizar la lucha de  la diversidad sexual hacia la confianza en gobiernos e instituciones capitalistas. 

Y en tanto la clase obrera interviene de forma diluida en múltiples luchas sin organizar la cuestión  de clase en las mismas, es aún más urgente la pelea por sumar fuerzas y hacerlo de forma  organizada. Por una parte, para lograr que esta nueva generación obrera (especialmente  representada en los movimientos LGBTI, de mujeres y antirracista) impacte y se fusione con el  resto del movimiento obrero puede ayudar a trasmitir las mejores tradiciones de lucha de los  sectores más mayores. Por otra parte, para potenciar aquellos sectores que tomen las  reivindicaciones de la clase obrera en el interior de los movimientos de mujeres, antirracista o  LGBTI, siendo también una vía para combatir la cooptación de los mismos por el estado burgués.  

Imaginemos lo que pasaría si se aliaran las luchas del movimiento LGBTI, antirracista, el  movimiento de mujeres o contra la explotación de la clase obrera. Esta es una de las claves para  unir lo que los capitalistas tratan de separar a toda costa. Poniendo en el centro del tablero a la  diversa clase trabajadora que movemos el mundo y luchando por un programa que enfrente al  capital, se abre la posibilidad de que conquistemos un papel revolucionario. No se trata, como  decíamos, de una mera suma de luchas, sino del desarrollo de ésta con una estrategia  anticapitalista, para que la diversa juventud de clase obrera pueda movilizarse, organizarse y  vencer contra la explotación y las opresiones que este sistema instrumentaliza. 

Esta época nos ha traído a la urgencia de pelear contra la LGBTIfobia, las aberraciones  reaccionarias que la ejecutan y el sistema capitalista que las alimenta. O salimos a la calle o no  volvemos a casa. Porque además peleamos por la casa, la calle y la libertad que nos trata de quitar  este sistema podrido y los monstruos que genera. Por una sociedad sin ningún tipo de opresión y  explotación. 

1 Front Homosexuel d’Action Révolutionnaire

Jorge Remacha

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